Siempre alerta. Era la vecina que más sabía de todos. Se la veía paseando, o simplemente en el portal. Cuando alguien pasaba se quedaba mirando, pensando, con los ojos fijos. Nadie le aguantaba la mirada. Una mirada intensa que penetraba.
No se conocía su verdadera ocupación. Es más, se diría que era chafardera profesional, cotilla a tiempo completo. Siempre en la calle, siempre escrutando a los vecinos. Su tarea le había hecho acreedora de su mote: La Chismosa.
Si algún vecino quería saber algo de alguien, se dirigía a ella. Y la Chismosa se deleitaba contestando y adornando la respuesta con soltura. A veces con malicia, otras con simple desparpajo, pero siempre disfrutando de su saber.
Hoy, la echamos de menos. ¿Quién lo iba a decir? Tanta curiosidad por los demás, y… Se marchó del barrio, y lo hizo cuando le dijeron lo que todo el mundo sabía y sólo ella desconocía. Tanto cotillear para luego tener que tragarse su propia medicina.
Su marido la engañaba con más de una vecina. Fue la única que no se enteró. Ella, la Chismosa. Fue tan grande el shock que se marchó sin despedirse. No pudo resistir el golpe. Su prestigio había quedado por los suelos. Seguramente, ocupada por descubrir los secretos de los demás, se olvidó de mirar lo más cercano.
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